TALENTO ALTAMENTE SENSIBLE (Y VALIOSO) EN LA OFICINA

26.07.2022

"Algunos hombres, algunas mujeres, tienen una sensibilidad más intensa que otros,

sienten y perciben cosas que, a los demás, nos pasan desapercibidas"

Mario Vargas Llosa

- Escritor y ensayista peruano-español. Premio Nobel de Literatura, 2010- 

A mediados del siglo XIX, el médico y fisiólogo Ernst Heinrich Weber, propuso que la cantidad de estímulo necesaria que debía sumarse a un estímulo previo, para percibir alguna diferencia, consistía en un tercio de su magnitud en ese momento. Es decir, si tenemos en nuestras manos una piedra de 100 gramos de peso, sólo cuando añadimos una segunda piedra de 33 gramos, notamos conscientemente el incremento de su gravedad. Conocida con el nombre de Constante de Weber, para el alemán, ésta podría ser una teoría perfectamente aplicable a los umbrales perceptivos de la mayor parte del conjunto de la población.

Ahora imaginemos que, aproximadamente, en un 15%-20% de la población general no se cumple con exactitud esta ley física. Y que esto fuera aplicable para todo tipo de estimulación, tanto interna como externa. De esta manera, existiría un amplio grupo de personas que percibirían, mucho antes que las demás, los cambios más sutiles del entorno, de su propia mente y su cuerpo. Pensemos, ahora, en la idea de una vigorosa sensibilidad de origen genético, y modelada posteriormente de manera ambiental, que fuera capaz de percibir y procesar simultáneamente muchos más matices que la media. Sin lugar a duda, todo ello conduciría a un determinado tipo de pensamiento, a un estilo cognitivo particular y, de seguro, perfectamente identificable. Ni mejor ni peor, simplemente diferente. ¿No supeditaría todo ello, de manera imperativa, tanto su esfera personal como social? Supongamos, además, por un instante, a una gran parte de estas personas inicialmente ajenas a su verdadera condición, interactuando y comparándose asiduamente con el resto de sus congéneres. Y, muchas veces, con un saldo desconcertante. ¿Qué impacto tendría tanto en su autoestima como en su autoconcepto? ¿Cómo influiría en su posicionamiento en el mundo, la familia o en el trabajo? ¿Qué repercusión tendría este esquema, con sus guiones, en su conducta cotidiana?

Si nos fijamos en detalle, Hans Christian Andersen en su cuento "El patito feo", retrató a la perfección la realidad y el sentimiento de este tipo de personas, a lo largo y ancho del planeta. Una lectura inteligente de este relato nunca debería centrar el debate en si los cisnes son mejores que los patos, ni viceversa. La verdadera moraleja revela que ambos son cualitativamente distintos e imperfectamente perfectos, a su manera. Lo que determina su propia aceptación o su rechazo, su percepción de éxito o fracaso, su felicidad o sufrimiento, se relaciona muy estrechamente con su sentimiento de pertenencia, como miembro de pleno derecho, a su grupo de referencia.

Quizá sería interesante, llegados a este punto, reflexionar acerca de algunas de las creencias limitantes alojadas en algunas culturas empresariales, determinados ejercicios de liderazgo o algunos patrones de personalidad con respecto a la sensibilidad. También, sobre el efecto tan devastador que puede llegar a ejercer sobre un tipo de talento muy valioso para el cumplimiento de los objetivos organizacionales a corto, medio y largo plazo.

En la década de los 90 del siglo pasado, la psicóloga Elaine N. Aron, evidenció la existencia de algunas personas que presentaban una sensibilidad mucho más desarrollada que el resto. Esta cuestión correlacionaba con un perfil psicológico y conductual muy característico que, en muchos casos, permanecía invisible inicialmente ante los ojos de esos mismos individuos, pero no así ante el padecimiento de su influjo durante toda su vida.

La sensibilidad ha recibido un trato poco ecuánime por parte de nuestra sociedad, de algunas culturas organizacionales y de determinados individuos a lo largo de su historia. Enjuiciada, malentendida y condenada, ésta se ha empleado en numerosas ocasiones como sinónimo de debilidad, flojera, carencia de habilidades sociales, ensimismamiento, estupor, neurosis, hipersensibilidad, timidez, ñoñería o sensiblería. Un pórtico desafortunadamente errado, a priori, para entender de forma objetiva su verdadero alcance y potencialidad. Pero..., ¿qué es lo que caracteriza a estas personas, y las diferencia, respecto de las demás? ¿Cuáles son sus bondades, virtudes y fortalezas? ¿Y sus principales carencias?

En primer lugar, si hay un rasgo que caracteriza a las Personas Altamente Sensibles (P.A.S) es la elevada cota de profundidad que alcanza su pensamiento. Al ser capaces de contemplar un mayor número de variables que el resto de la población, tanto su raciocinio como su toma de decisiones también requieren de una mayor inversión de tiempo y esfuerzo. Habitualmente suelen ser mucho más lentas en sus juicios, pero también, mucho más objetivas y certeras. También éticas. No obstante, la experiencia es un grado en este punto, sobre todo cuando los profesionales cuentan con la experiencia y los recursos necesarios. Por otro lado, la importancia que conceden a hacer las cosas bien las lleva a ser muy meticulosas y sistemáticas. Lo cual es algo que correlaciona muy positivamente con la excelencia en los resultados en las tomas de decisiones complejas. Pongamos, por ejemplo, una fusión empresarial, un reajuste de plantilla de calado o una importante resolución comercial de índole estratégico. 

La otra cara de la moneda vendría de la mano de la urgencia, las presiones y la vorágine del día a día de nuestro mundo actual. La faceta más novedosa, táctica y ágil cotidiana, las llevaría a no sentirse cómodas del todo e incurrir en errores de precisión en algunas de sus decisiones ordinarias de menor relevancia. Como puede deducirse, un ambiente tranquilo, predecible y seguro, es un buen caldo de cultivo para sacar el máximo partido a la cualidad de su pensamiento. Ni que decir tiene la trascendencia que tiene para estas personas, dedicarse a algo que realmente les agrade.

Si continuamos con la lógica de este discurso, toparemos de frente con la segunda y la tercera de las características definitorias de la alta sensibilidad: la propensión que tienen para sentirse superadas por la sobresaturación estimular a lo que se suman, además, unos umbrales sensoriales acusadamente bajos. Su sensibilidad, tan a flor de piel, les permite recabar e interpretar una colosal cantidad de datos de los rostros de las personas que asisten a las reuniones de trabajo, por ejemplo. Suelen ser excelentes observadoras, por ello, y poseen un alto potencial empático. Tener acceso a toda esta información puede ser positivo respecto de algunas competencias emocionales. Por ejemplo, la capacidad para detectar las corrientes emocionales subyacentes en los grupos (conciencia política) o los estados de ánimo individuales o colectivos. Por el contrario, las interacciones sociales largas e intensas, llegan a engullir su energía como si de un agujero negro se tratase. Terminan agotadas, turbadas, y con la necesidad urgente de refugiarse en el silencio, la calma o en actividades que verdaderamente les apasionen y les permitan fluir. Sólo así lograrán restablecer el equilibrio inicial perdido. Un claro exponente de ello, serían aquellas personas que brillan en las interacciones individuales, uno a uno, pero que parecen oscurecerse y difuminarse cuando se encuentran en grupo.

El cuarto y último elemento, que integra esta condición, es su alta reactividad emocional. La intensidad con la que viven las experiencias tanto positivas como negativas es digna de ser reseñada en el libro Guinness de los récords (y sin necesidad de esconderse detrás de una pastilla de "soma" como en la novela "Un mundo feliz" del eterno Aldous Huxley). Se puede decir que se beben la vida por los poros: sienten, viven, laten, crecen, trascienden, se encogen, sufren, mueren y renacen emocionalmente muchas veces a lo largo del día y de su propia existencia. Pero hacen acopio de un maravilloso muestrario de experiencias que les ayudan a apuntalar su creciente sabiduría que luego gustan de compartir con los demás, en muchos casos. Por eso, suelen ser buenos consejeros, grandes motivadores y mejores catalizadores.

Lo cierto es que podemos encontrar profesionales exitosos con esta condición en ocupaciones, compañías, sectores y cargos de todo tipo. En no pocas ocasiones, también son tildadas peyorativamente de intensas o de tomarse las cosas demasiado a pecho. También de darle excesivas vueltas a las cosas. No obstante, una vez que descubren su propia naturaleza y cómo cursa ésta, comienzan a encajar las piezas del puzzle, implementando una versión más evolucionada de sí mismas. Mucho más llevadera y precisa. Por más que se insista desde algunos círculos, la alta sensibilidad no es sinónimo de infelicidad. También es cierto que hace falta mucho conocimiento, habilidades, humildad y generosidad para saber sacar el máximo partido de una persona con esta singularidad en el seno de un equipo de trabajo.

Para concluir, es fundamental no caer en el error de pensar que el ámbito empresarial y de los negocios no es, a priori, el marco más apropiado para las personas con alta sensibilidad. Como tampoco colegir que no son válidas para desempeñar puestos de dirección, que impliquen prácticas de liderazgo o de responsabilidad sobre cuentas de resultados o personas. Especialmente, en aquellos casos en los que se tiene bien asimilado el desfasado rol de ejecutivo agresivo inculcado desde la raíz en algunas culturas occidentales. Y mucho menos aún, si nuestra percepción de la realidad se encuentra subordinada a rasgos psicopáticos o narcisistas perversos.

Más bien es, absolutamente, todo lo contrario: la sensibilidad humana bien orientada y empoderada, es una cualidad apreciada y necesaria para el avance en cualquier organización actual. Porque más que una debilidad, cuando se la identifica, se conecta con ella y se proyecta adecuadamente, se convierte en un gran valor. Las personas que eligen aceptar y seguir viviendo su sensibilidad son seres extraordinariamente fuertes. Máxime en un mundo en el cual lo más sencillo parece volverse impasible, desapasionado, paranoico y desarrollar ese "sano nihilismo" tan normalizado en algunos medios de comunicación. Nosotros coincidimos con la visión de nuestro admirado profesor José Antonio Marina, el cual lleva tiempo abogando por la necesidad de contar siempre con la vertiente humanista en las empresas modernas. Porque, añadimos, no deberían existir compañías más humanas que aquellas en la que existan grandes ratios, cifras, objetivos de venta, incentivos, ebitdas y planes que alcanzar. Las unas, sin las otras, nunca existirían. Aunque hoy en día, en algunos escenarios, todavía nos falte una pizca de sensibilidad para llegar a ser plenamente conscientes de ello...

LA CASA DE LA PSICOLOGÍA POSITIVA