LA POSTURA OPTIMISTA

03.05.2022

Mantenerse en estado optimista

las veinticuatro horas del día

es un hecho heroico que nadie ensalza

y a mí me llena de orgullo de tarde en tarde.

Gloria Fuertes

-Poetisa española-

Las personas optimistas no pertenecen a una raza superior de humanos, si acaso alguna vez la hubo. También se despeinan cuando sopla el viento, se enfadan si se les provoca y les sale acné durante la adolescencia. Tampoco son una especie ingenua de invidentes selectivos, que eligen correr desnudos cuando llueve a cántaros, cantar o negar cuando les vienen dadas de cara en la vida.

Comentaba, hace ya algunos años y con buen criterio, el siempre lúcido psiquiatra sevillano Luis Rojas Marcos acerca de la cualidad más humana de todas: el autoengaño. No obstante, esto es algo que aplica poco en el caso del optimismo lúcido. De verdad que esta postura va de algo bien diferente. Tampoco es un producto comercial de la tan mentada "dictadura de la felicidad" instigada por muchos de los detractores de la Psicología Positiva, generalmente mal entendida, en las redes sociales y profesionales: la mayor parte de las veces sin conocer en profundidad sus fundamentos, ni su sentido inclusivo y complementario. También quizá por una cuestión de sentido común y de antitalibanismo científico: decía el lingüista Saussure que el signo más siempre cobraba sentido en contraposición con el signo menos y viceversa. Es decir, la realidad siempre está conformada por numerosos caracteres opuestos, coincidentes en el espacio y en el tiempo. Y todo ello es aún más cierto cuando tratamos de abordar el vasto y maravilloso fenómeno de lo humano.

Más allá de la existencia de algunos estudios que han logrado identificar que las personas optimistas suelen salir de casa con la hora pegada para llegar a tiempo a su destino, frente a los siempre tempraneros pesimistas, para entender bien en qué consiste el optimismo debemos poner las luces largas. Nadie en su sano juicio puede ser tan ingenuo de pretender ser feliz a todas horas y mucho menos a base de omitir, conscientemente, la cara menos amable de las cosas. Sería inmaduro, irresponsable y muy cercano a un suicidio intelectual. Los optimistas tienen la misma capacidad que los demás para percibir la cara B de la realidad, sentir el impacto de lo negativo, de sus limitaciones y desventajas. Pero eligen conscientemente poner foco en todo aquello que es aprovechable, que depende de ellos mismos y les permite un margen de mejora. Por pequeño que este sea.

Hoy, afortunadamente, somos cada vez más conscientes de que las lentes de aumento que empleamos para examinar la realidad pueden inclinar radicalmente la balanza hacia un lado u otro. Pero adquirir este hábito tan saludable requiere mucho esfuerzo y práctica, sobre todo al principio: como a toda buena semilla, hay que regarla profusamente para que germine y nos regale su jugoso fruto después. El optimismo, entendido como una actitud voluntaria dirigida a contemplar el lado positivo de las cosas, nos impulsa a seguir creciendo y desarrollándonos. Remueve nuestra creatividad porque nos descubre una porción interesante de aspectos que caen debajo de nuestro control, permitiéndonos apuntalar una vida con mayor propósito. Aquellas personas que han logrado superar situaciones y momentos críticos vitales, desarrollan importantes estrategias de afrontamiento a futuro. Es decir, cuando vuelve a sucederles algo similar, lo viven menos intensamente, superándolo antes porque su perspectiva y competencia para hacerle frente es mucho mayor.

La ciencia, en la actualidad, ya puede confirmarnos que el optimismo provee a sus usuarios de numerosos beneficios físicos y emocionales, dotando de un marco temporal al malestar y aportando una prudente dosis de esperanza. Éste correlaciona con una elevada inteligencia emocional, volviéndonos a su vez más amables y responsables (Muñiz, 2015). También actúa como un poderoso analgésico para la depresión y algunos afectos negativos. En el ámbito laboral, se ha encontrado que los líderes optimistas puntúan mucho más alto en resiliencia, autoestima, autoconfianza, autoeficacia, satisfacción laboral, motivación, proactividad y compromiso con el trabajo (Souza, Silva y Tolfo, 2020). Y lo mejor de todo es que, independientemente de nuestra disposición vital de origen para interpretar la realidad y sentirnos felices, esta visión positiva se puede aprender, implementar y mejorar a lo largo de toda nuestra trayectoria.

Vivir es, en cierta forma, un sinónimo de recalibrar. De reorientar la proa de nuestra embarcación, de tanto en cuanto, frente a los imponderables que se van materializando en nuestro camino. Las frustraciones forman parte de la propia vida como también la oportunidad de saber sacar la mejor lectura de las mismas y aprovecharlo. Porque la historia siempre varía mucho en función de su narrador y el lobo siempre es el malo en una historia mal contada. Pero también su piel nos protege del frío en las gélidas noches del invierno más polar...

LA CASA DE LA PSICOLOGÍA POSITIVA