EL LENGUAJE INVISIBLE DE LA GENEROSIDAD: APTO PARA TODOS LOS PÚBLICOS

"Lo esencial es invisible a los ojos"
El principito (1943)
Antoine de SaintExupéry

La generosidad es un tipo de lenguaje, invisible pero abundante, que late silenciosamente en medio del mundanal ruido diario. Son muchos los hombres, las mujeres, los pequeños y los profesionales, los que la practican entre bastidores, sin necesidad de grandes titulares, ni de rótulos luminosos, que lo pregonen a los cuatro vientos. Quizá ahí resida una parte de su grandeza y del valor de su enseñanza.
Al igual que los tesoros más preciados, la generosidad nace de una actitud interior que pretende ir más allá de uno mismo para ayudar a crecer a los demás y mejorar el entorno que nos rodea. Es decir, se enfoca en hacer mucho más fácil la vida de nuestros semejantes. Implica donarnos a los demás sin esperar nada a cambio y se traduce en ofrecer nuestro tiempo, nuestros recursos, nuestra atención y afecto, para contribuir al desarrollo del individuo y de la sociedad.
Para ejercer la generosidad no es preciso recurrir a obras faraónicas, ni a gestos grandilocuentes, que justifiquen su autoría. No opera como un barato grafiti callejero que pretende sobresalir, torpemente, mientras ensucia la fachada de una tranquila vivienda.
Por el contrario, la generosidad espolea la virtud, alejando a Maquiavelo y estrechando la distancia con la filosofía de Rousseau. Es una manifestación amorosa que aspira al bien común y se aleja de vivencias pasadas, ancladas en nuestro inconsciente, en las que una vez nos sentimos desprotegidos, carentes y solos. Posee un espíritu sanador y constructivo que remienda nuestras costuras mientras cose unas nuevas alas a la espalda de terceros que pugnan por abrirse camino en la penumbra de lo cotidiano.
Somos generosos cada vez que suena el despertador y nos levantamos para dar de comer a nuestras familias, aunque hayamos pasado una mala noche. Cuando dedicamos unos minutos a escuchar a alguien sin juzgarlo y le ofrecemos, de mil maneras distintas, un abrazo figurado. Cuando renunciamos a la tapa que nos ponen de aperitivo, en favor de nuestros hijos o cuando compartimos con alguien un material de trabajo o un consejo valioso. Cuando nuestro "yo" viaja al "tú" y configura un nosotros.
La generosidad no es para débiles, ni para egos artificialmente hinchados. Habla una lengua de signos que sólo la Piedra Roseta de la sensibilidad, es capaz de interpretar. Cuando actuamos de manera generosa, una parte de nuestra alma se ensancha, dejando hueco para nuevas acciones solidarias y una mayor comprensión de lo que sucede en los aledaños. Nos eleva a una frecuencia de mayor vibración, acercándonos a un nivel superior de consciencia que nos habilita como seres humanos de pleno derecho y en evolución.
Porque pocos aspectos nos nutren tanto como aquello que nos encontramos en nuestro camino, sin obligación de recibirlo, y que lleva nuestro nombre con una dedicatoria personalizada. Especialmente cuando viene de alguien que ha pensado en cómo nuestra vida podría ser más plena, sin afán alguno de recompensa, ni de reconocimiento. Sigamos apostando por la generosidad, por su aura prístina y la pureza inocente de sus entresijos. Porque pocas cosas tan genuinas cuestan tan poco y sirven para tanto a muchos de nosotros…
Marcos Martínez Jurado
La Casa de la Psicología Positiva
