EL ARTE DE HABLARNOS BIEN: EL DIÁLOGO INTERIOR

31.05.2021

"No puedo concebir una mayor pérdida que la pérdida del respeto hacia uno mismo"

Mahatma Ghandi

Corría el año 1977, cuando la prestigiosa Universidad de Harvard llevó a cabo un estudio que arrojó unos resultados verdaderamente insólitos. Aquellas personas que cuidaban de una planta, en su habitación de la residencia de ancianos, presentaban una reducción de la mortalidad a la mitad respecto de aquellos que se encontraban solos. El efecto de la relación con aquel pequeño ser vivo, tenía un impacto sorprendente sobre el sistema inmune de los mayores. El mero hecho de tener que cuidar de alguien más, sumado a la posibilidad de poder comunicarse de forma natural, parecía tener consecuencias decisivas en su calidad de vida y en su propia longevidad. 

En los seres humanos, la naturaleza de nuestros vínculos define nuestra esencia, nuestro comportamiento y condiciona el cristal a través del cual observamos el mundo. El lenguaje nos ayuda a comunicar todo aquello que sentimos y pensamos, nuestra visión de las cosas y también a reflexionar sobre nuestro propio pensamiento. Somos conscientes del impacto que nuestras palabras tienen sobre nuestros oyentes y del saldo que éstas arrojan pero..., ¿cuántas veces dedicamos un espacio de tiempo a revisar la forma que tenemos de hablarnos a nosotros mismos?, ¿cuántas veces nos mostramos lúcidos a la hora de escoger las palabras que nos dedicamos o con las que describimos lo que nos rodea?

En una de sus reflexiones geniales, el profesor Mario Alonso Puig afirmaba hace años que si las personas habláramos a los demás como nos hablamos a nosotros mismos, ¡seguramente no tendríamos ningún amigo! ¿Por qué, si ponemos especial cuidado cuando trasladamos los mensajes a los demás, no ponemos el mismo empeño en protegernos a nosotros mismos? El propio Ludwig Wittgenstein pensaba que cada lengua, constituía una manera diferente de entender el mundo. Somos seres lingüísticos que dependen de las palabras para entender, interactuar y conectar con su entorno. Y con sus entretelas... 


El bien conocido diálogo interior acapara gran parte de las portadas de nuestro día a día más profundo. Dialogamos, hacia nuestros adentros, miles de veces a lo largo de nuestra jornada laboral. Por la noche, cuando almorzamos, mientras paseamos o hacemos la compra. La descripción mental que hacemos de nuestras experiencias, de lo que nos sucede, impacta en nuestras emociones y las configuran. Cuando pienso en que no soy capaz de hacer algo, incremento inconscientemente las probabilidades de que eso sea así. Y nos convertimos en víctimas de nuestro particular Efecto Pigmalión: Creamos un escenario determinado para una película cuyo final ya conocemos de antemano. Nuestra tendencia natural a poner etiquetas y otorgar un valor de certidumbre a lo que interpretamos, cristaliza en creencias que son difícilmente removibles. Y que, en el mejor de los casos, podemos llegar a identificar sólo si persistimos infatigablemente en hacerlas conscientes.    


Cada vez que me comparo con alguien, en un sentido o en otro, estoy inclinando la balanza hacia uno de sus lados. Cuando considero que soy torpe, ágil o que estoy espeso, abro una puerta hacia alguna parte. Las personas somos capaces de cuidar nuestra forma de vestir, si nos lo proponemos firmemente, pero no somos capaces de cuidar aquello que nos decimos en la misma proporción. Cuando vaticino que una determinada entrevista va a ser un fracaso, probablemente mi propio nerviosismo me delate y mi interlocutor me devuelva una imagen que confirme mi expectativa. Si cuando cuidamos de una planta, la hablamos y la cuidamos generosamente, nos devuelve un trozo más de vida... ¿a qué esperamos para hacer lo mismo cuando dialogamos entre bambalinas?

La Casa de la Psicología Positiva