¿CÓMO NOS TRANSFORMÓ LA COVID 19?: REFLEXIONES A LA SOMBRA DE UNA PANDEMIA
"Me siento como un árbol, que ha sido arrancado violentamente de la tierra y ha quedado con sus raíces al aire.
La única forma de volver a ser árbol, florecer y dar frutos, es nuevamente echar raíces"
Julio Numhauser -Músico, poeta y compositor chileno
Que esta pandemia no ha dejado a nadie indiferente, es casi la única certeza que podemos asegurar a fecha de hoy. Como todas las crisis universales y personales, la COVID 19 también trae una poda emocional debajo del brazo. Un proceso de cambio, a todos los niveles, que condiciona desde el ritmo de nuestras rutinas diarias hasta nuestros pensamientos más íntimos. De alguna forma, cada debacle establece un punto de no retorno que nos impulsa hacia un lugar diferente respecto de dónde estábamos. Sin elección. Lo cual no significa necesariamente que sea un callejón sin salida o una quimera que nunca podremos resolver.
La experiencia tan cercana de la muerte de familiares y seres queridos, ha cercenado temporalmente el ánimo y la ilusión de millones de personas en todo el mundo. La amenaza del desempleo masivo ha vuelto a despertar los fantasmas de la aún más que reciente crisis económica. El aumento en el diagnóstico de trastornos psicológicos, del consumo de ansiolíticos y antidepresivos, ha perfilado una silueta de fragilidad en nuestra mente que nos hace sentir vulnerables y mostrarnos cariacontecidos. El constante bombardeo televisivo, o las estériles disputas políticas, nos han llevado a contemplar con recelo todo lo que nos rodea. Y lo más importante de todo, la situación global nos ha llevado, en muchos casos, a la pérdida en algún momento del sentimiento de confianza y seguridad.
En la otra cara de la moneda, hemos asistido a innumerables ejemplos de resiliencia, sacando fuerzas de flaqueza, allí donde pensábamos que ya no quedaba nada. Nos hemos sentido más próximos, aún en la distancia, a las personas que amamos y también a muchos extraños. Hemos conocido lados pacientes y amables, de nosotros mismos, que nunca sospechamos que estuvieran ahí. Hemos aprendido humildad de los niños que han seguido creciendo encerrados en, apenas, unos pocos metros cuadrados. Hemos desarrollado la gratitud hacia colectivos profesionales que, generosamente, han concentrado sus esfuerzos en hacer que las cosas fueran lo mejor posible para todo el mundo. A costa, muchas veces, de su propia salud e integridad.
Y todo esto, sencillamente, es algo maravilloso que muchas veces se nos escapa entre el trasiego de los días.
Más allá del manido tópico que considera cualquier crisis como una oportunidad, la segunda certeza que nos sorprende es que hoy sabemos muchas más cosas que ayer. Al igual que cuando terminamos de leer un libro, no somos ya las mismas personas que lo comenzamos, hoy contamos con un mayor número de recursos y aprendizajes que hace un año. Sabemos muchas más cosas y de nosotros depende lo que elijamos hacer con ellas. La principal diferencia entre el conocimiento y la sabiduría, reside en que una se lleva en la cabeza y la otra, en el corazón. Nuestro libre albedrío nos permite elegir entre observar el haz o el envés de las cosas. Entre hacer la parte del camino que nos queda acompañados o en soledad. Y esto nos lleva, de la mano, a una tercera certeza a tener en cuenta: podemos aprender de todo esto o no...
La Casa de la Psicología Positiva