¡¡EMOCIÓNATE PARA DECIDIR!!
"Siento luego existo"
Miguel de Unamuno y Jugo
En relación a las emociones, y como en tantos otros aspectos, la herencia griega ha dejado sentir sus efectos hasta nuestros días. Aquel racional auriga platónico, que trataba de domeñar los caballos de la emoción para conducirnos a una vida plena de cordura y sensatez, logró hacernos creer que la vida consistía en una gran encrucijada: razón o emoción. Sin medias tintas. Las emociones eran el chivo expiatorio que debía quedar fuera a toda costa de nuestro pensamiento, si no queríamos asemejarnos al resto de los "animales inferiores". Descartes, Bacon, Comte o el propio Inmanuel Kant, promulgaron y promovieron una psicología basada en la racionalidad más estricta, alejando al mundo afectivo del entorno intelectual y académico. Incluso los psicólogos cognitivos, ya en el siglo XX, apostaron por un Homo Sapiens alejado de la onda expansiva sentimental si quería poder ejercer de sí mismo.
Tuvieron que llegar los descubrimientos de la Neurociencia, de la mano de algunos autores como Antonio Damasio, para enseñarnos que cuando las áreas cerebrales de las emociones de algunos pacientes se encontraban dañadas, su capacidad de toma de decisiones se hallaba profundamente afectada. Algunas tareas que implicaban decisiones sencillas, constituían un verdadero suplicio para éstas personas. La guerra partidista entre el llamado "cerebro emocional" y el "cerebro racional" quedaba seriamente cuestionada. Hoy sabemos que, si bien las emociones pueden jugarnos a veces malas pasadas, éstas son esenciales para que podamos decidir de una forma adecuada y podamos aprender. Razón y emoción son un binomio indivisible que se complementan para abordar una realidad cada vez más compleja, ágil y digital.
Afortunadamente, la conocida como Década del Cerebro, propició un innumerable conjunto de investigaciones científicas que arrojaron más luz sobre la "caja negra" que tenemos sobre los hombros. Llegándose a cuestionar, incluso, la idoneidad de la estricta división entre el hemisferio derecho (emocional) y el izquierdo (racional). O también, cómo no, entre nuestro sistema límbico o nuestra corteza cerebral. Cada vez estamos más seguros de que la toma de decisiones implica múltiples regiones cerebrales, de diferente índole, a la hora de resolver con éxito los problemas a los que nos enfrentamos. Actúa igual que una gran orquesta, llena de dispares e inverosímiles instrumentos, que esboza una sugerente y arriesgada sinfonía para entusiasmar al público.
Pero la idea del cerebro como una maquinaria perfecta, repleta de sutiles engranajes y verdades irrebatibles, es algo que queda cada vez más lejano. Se parece más a lo que David Linden, en su trabajo El cerebro accidental (2010), define como "un kludge, un diseño a la vez ineficiente, falto de elegancia e incomprensible que, sin embargo, funciona". Y eso es precisamente lo que lo convierte en un director de orquesta maravilloso y sabio, que no puede nunca dejar de estudiar sus partituras. Pensando sobre ellas, imaginándolas en nuevos escenarios o reajustándolas para tomar decisiones cada vez más eficientes. El trabajo de aprender a ser persona no termina nunca. Y parece que la solución pasa por seguir combinando diestramente nuestra razón y nuestra emoción, que ahí es casi nada. Empleándolas a modo de ariete ancestral contra aquello que nos aqueja y a lo que necesitamos dar respuesta de forma urgente. Siempre a favor de nosotros mismos, de los demás y de la propia vida que fluye entre nuestros dedos...
La Casa de la Psicología Positiva